Huracán Helene
La recuperación tras el huracán convierte a unos forasteros en héroes
Old Fort, en Carolina del Norte, es una pequeña ciudad idílica situada en las montañas Blue Ridge. En un día normal y corriente, el agua del arroyo avanza bajo los puentes cubiertos mientras los ciclistas y senderistas exploran el cercano bosque nacional de Pisgah.
«Si llevas mucho tiempo aquí, no puedes ir a la tienda sin cruzarte con 20 caras conocidas», dice Melissa, que lleva toda su vida en la zona y conoce a casi todo el mundo.
Melissa ofreció sus tres alojamientos en Airbnb a los voluntarios y a las personas evacuadas de manera totalmente gratuita.
El 26 de septiembre de 2024, el huracán Helene dejó más de 400 milímetros de lluvia en tres días. Los tranquilos arroyos se transformaron en ríos embravecidos que levantaron las casas de sus cimientos y arrancaron árboles que llevaban generaciones en pie. Los aludes de barro que cayeron por las laderas de las montañas sepultaron coches, derribaron torres eléctricas y de telefonía móvil, y cortaron el acceso a barrios enteros, aislando a los vecinos.

Los huracanes Helene y Milton dañaron más de 73.000 viviendas en el oeste de Carolina del Norte.
«Es una sensación que no se puede describir con palabras. De un momento a otro, la vida de todo el mundo estaba patas arriba», dice Melissa.
Como es habitual en Old Fort, la comunidad respondió de inmediato. «Todo el mundo tiene algún vehículo de trabajo y en unos 30 minutos había un montón de gente con motosierras y herramientas para tratar de despejar el camino». Melissa lleva ocho años hospedando a través de Airbnb. Tiene tres alojamientos que gestiona a través de Airbnb en la zona: uno en Old Fort, otro en Asheville y el último en Black Mountain. «Me fascina el oeste de Carolina del Norte y me encanta hacer que la gente se sienta lo más cómoda posible, tanto si están aquí de vacaciones como si vienen para echar una mano a la comunidad».
Los huracanes Helene y Milton dañaron más de 73.000 viviendas en el oeste de Carolina del Norte.
«Es una sensación que no se puede describir con palabras. De un momento a otro, la vida de todo el mundo estaba patas arriba».
Desde el huracán, Melissa ha recibido en su alojamiento a través de Airbnb.org a 24 grupos de voluntarios y 13 familias desplazadas por el huracán.
«Todos los días encuentras una publicación de un grupo que dice que su parroquia u ONG va a traer comida para 2.000 personas», cuenta. «Aún hay gente sin electricidad y sin trabajo».
Melissa y una de sus huéspedes, Amanda, se hicieron amigas de la señora Joyce, que lleva mucho tiempo viviendo en la zona.
«Hemos podido hospedar a varios residentes locales que perdieron sus hogares y a otros que no tenían electricidad, agua ni internet».
Amanda, una voluntaria de Jamestown, Carolina del Norte, llegó al alojamiento de Melissa en Airbnb con el maletero lleno de pañales, leche de fórmula y artículos de emergencia para repartirlos entre quienes los necesitaban. Aunque la primera vez fue sola, enseguida se trajo a toda la familia. En sus siguientes viajes, Amanda llevó consigo a sus hijos, Avis, de 13 años, y Briggs, de 10, y convirtió el alojamiento de Melissa en una base de ayuda humanitaria.
Tres meses después del paso del huracán Helene, Old Fort aún no se ha recuperado del todo. Pero, a pesar de todo, las propiedades de Melissa siguen siendo un rayo de esperanza, ya que ofrecen refugio y una sensación de comunidad a las personas que están ayudando a reconstruir su querida ciudad natal. «Hemos podido hospedar a varios lugareños que perdieron sus hogares y a otros que no tenían electricidad, agua ni internet. Incluso conseguimos conectar un sistema de red Starlink que vino de maravilla. Y, por supuesto, también hemos alojado a muchos voluntarios que han venido de otros estados para echar una mano».
La familia de Amanda también se sumó a la causa.
Los niños se volcaron en las tareas de recuperación. Avis escribió notas de ánimo para incluirlas en las entregas de comida, mientras que Briggs se convirtió en el «empleado honorífico del mes» en el centro de donativos, ya que saludaba a todos los coches que pasaban. «Nunca lo había visto esforzarse tanto por nada», recuerda Amanda. «Fue un punto de inflexión».
Los días se convirtieron en una infinita sucesión de tareas. «Nos levantábamos al amanecer y, en cuanto salía el sol, salíamos a hacer entregas, a veces hasta las nueve de la noche», dice Melissa.
Avis y Briggs, los hijos de Amanda, sorprendieron a la señora Joyce con notas de ánimo.
Entre tanta devastación, Melissa encontró esperanza donde menos se lo esperaba. Por ejemplo, cuando Avis se negó a marcharse y se escondió en la casa para estar cerca de Joyce, la anciana con la que había entablado amistad, o cuando Amanda le contó que Briggs se despertaba a las 6 de la mañana y preguntaba: «¿Vamos a casa de Melissa? ¿Qué planes tenemos hoy?».
A Melissa, la experiencia le recordó los motivos por los que empezó a hospedar y le hizo estar más segura que nunca de que no se había equivocado. «Es increíble que alguien que no es de aquí se haya implicado tanto con nuestra comunidad», afirmó. «En muy poco tiempo, se convirtieron en parte de nuestra familia».
Meses después de la tormenta, las visitas para llevar comida y suministros se convirtieron en auténticas amistades.

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